¿Cuantos caminos me llevan hasta tí?

 

Hay una puerta que me gusta tener abierta para poder mirarte. Sigo la huella de tu mirada hasta ver mis ojos en los tuyos, como si de un milagro divino se tratase. Como la carta del poeta que encierra en una botella, botella a la deriva, a la suerte de los vientos, bronceada por el Sol. Sol que es tan tuyo como mío. Mío el deseo de tus labios, labios de caramelo, refugio de una inocencia que se pierde por el camino. Camino sin destino, destino caprichoso, celoso de este barco sin capitán que ya no sabe a donde va. No digas que es un sueño. Al menos no me dejes despertar.

 

No importa el momento ni el lugar. El Expreso de Medianoche que pasa cada día y siempre deja la misma monótona canción, pero nunca suena igual. Una lluvia de estrellas en su máximo apogeo, torrente de lava hirviendo, borrachera de felicidad. Dulce desmayo, bálsamo suave de mis pesares, pon tu acento en mis labios, dame esa libertad. 

¿Cuantos caballeros fueron a luchar en alguna absurda guerra y ya no volvieron jamás?. No. Ese no es el camino. Sigo el rastro de ese perfume que me lleva a tí. Ese azahar de la Plaza de las Flores que, en mi primavera más reciente, no me deja ni respirar porque no se vaya a acabar. Dime lo que quieres, dime lo que sientes, dime si este es el camino porque ya lo he empezado a andar.